Siéntanse libres de comentar, especular o teorizar acerca de la resolución del caso o de la belleza y/o pericia de sus autores intelectuales.

lunes, 30 de julio de 2012

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 7 - Tatuajes, conjeturas y autobuses coloraos


        -Tatuaje en el pie, tome nota, Antoñete- dije, y miré de nuevo el trozo de papel de cocina transparente que asomaba por su pantalón-. ¿Y sabía algo del que se acaba de hacer en… ejem… ahí en la cinturilla?
            Jessy se puso coloradísima y, en un acto reflejo, se bajó la camiseta para taparse el ombligo.
            -Quizá se lo hizo sin su consentimiento, él lo descubrió y…
-¿Qué dise? ¿Que soy sospechosa?- preguntó alterada la Jessy ante mi insinuación.
            -De momento no podemos descartar ninguna posibilidad, estamos dando los primeros pasos en la investigación. Hasta que no terminemos los interrogatorios y analicemos las pruebas a fondo, la lista de sospechosos está abierta, señorita.




            -Vaya tela, si yo no he hecho na. Me hice un tatu asquí, es verdad. Pero él no ha tenío tiempo de enterarse. El otro día estuvo a punto de coscarse porque casi me pilla enseñándoselo al Rafalito, el Chino, en el barrio. Menos mal que la Pepi, la del quinto, se dio cuenta del percá y lo distrajo mientras yo me tapaba- entornó los ojos, quizá evocando el recuerdo de su padre aún vivo-. Sospechosa yo… ¿Qué va a decí mi mare cuando se entere?¿Y las marías del barrio?
            -Ya que estamos- dije pillándolas al vuelo como un músico de jazz en una jam session del Cambalache-, ¿dónde estaba su madre de usté el día de autos?
            -¿Qué autos ni qué? Si mi mare no tiene ni carné de conducí ni na.
            -Me refiero al día en que se cometió el crimen- aclaré.
            Sollozó y dijo con un hilillo de voz, como un corista el día después del carrusel de coros:
-Mi mare estaba en Chiclana, en el chalé de mi tía Chari, que to los años pasa allí la noche del trofeo pa no tener que ver ni aguantar lo patoso que se pone... snif... ponía mi pare, que siempre la liaba, acababa borracho y metía la pata.
Así que Catalino salía las noches de trofeo con la connivencia de su esposa que, oportunamente, no estaba en Cádiz la noche del asesinato. Miré mi reloj.
            -Ajá, interesante dato- susurré con la expresión que suelo adoptar cuando quiero parecer interesante-. De momento doy por terminado este interrogatorio, otro día hablaremos con su novio Luiti, a ver qué tiene que decirnos.
Nos despedimos, y ella me agradeció, a pesar de que yo no había hecho nada por consolarla respecto a su presunta inocencia, que estuviera tratando de solucionar el posible crimen contra su padre. Nos facilitó el número de su móvil y le dijimos, porque queda muy bien en las películas, eso de “no salga de la ciudad por si tenemos que hacerle más preguntas”. Dicho lo cual la guapa y triste joven se marchó sollozando y nosotros seguimos nuestro camino.
            -¿A dónde vamos ahora?- Preguntó mi compañero Antoñete.
            -Pues vamos a parar aquí mismo, aparcamos la moto y esperamos cinco minutos.
            -Hombre, jefe, yo entiendo que ver correr a la gente cansa, pero no sé, ¿no tenemos bulla? Le recuerdo que nos hemos apostado con el Peláez que íbamos a resolver esto en una semana. Y nos quedan un montón de sospechosos por delante como para quedarnos aquí parados como pasmarotes.
            Miré el reloj y me pasé la pipa por los labios, apagada, naturalmente. El vicio del tabaco era malísimo, pero tenerla en los labios me ayudaba a pensar. Además, formaba parte de lo que me definía visualmente como el astuto y sagaz detective que era. Mucha gente se había reído de eso, pero yo sabía que eso era debido a que no eran nada europeos. Y a mí, como ya he dicho, me ayudaba a abstraerme.
            -Tenga fe, Antoñete, tenga fe- respondí observando que no me había equivocado ni por un segundo en mis cálculos puesto que, a los cinco minutos, paró ante nosotros un autobús turístico rojo de dos plantas de esos que hacen visitas guiadas por la ciudad-. Subamos, Antoñete.
            -¿Pero para qué? Oiga, que una ruta en este bus sale por un pico- replicó mi ayudante nervioso.
            Subí al autobús tirando de mi biógrafo, secuaz y amigo.
-El que algo quiere, algo le cuesta, mi buen Antoñete. No vamos a detenernos por una minucia como esta. Y ya verá, ya. Se va a llevar una sorpresa. 

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 6 - La Jessy



La hija del difunto Catalino Andrade, la tal Jessy, me aceptó un refresquito en el bar El Pescailla, allí mismito, al lado de la playa. Cuando se repuso un poco comenzó a hablar, sin necesidad de preguntarle nada. Así daba gusto.
            -Yo es que no me fío un pelo der madero ese que lleva er caso- dijo-. Y ustedes dijístei que era un asesinato- comenzó a llorar. 



            -Antoñete, pásele un pañuelo a la chiquilla, hombre de dios.
            -Jefe, es que yo el moquero lo tengo hecho un cisco, que a mí con la alergia…
            -No pasa na- atajó la joven, cogiendo una servilleta del dispensador y dejándole un de nada verde al Gracias por su visita-. Ira. No me extrañaría que a mi pare se lo hubieran quitao denmedio. Es mu suyo- se paró en seco-. Era. Era mu suyo.
            -Me hago cargo, señorita. Le acompaño en el sentimiento- dije.
            -Grasia. Mire, no le vi a engañá. No se llevaba bien con nadie. Era un malage con tol mundo, asín que yo creo que enemigos tenía a puñaos, ¿entiende?
            -¿Un malage?
            -Jí. Un malage de cuidao. Siempre se estaba quejando por to. No estaba contento con na. A tor mundo le disía las cosa a caraperro. Una ve fuimo al aguasherry y se peleó con un nota disfrasao de derfín porque disía que qué porquería era el tobogán ese… ¿tobogán? ¡Tobogán un crimen! Y to porque se había raspao un poquito er codo al bajá. Y er nota disfrasao no tenía na que vé, pero cuando se ponía asín…
            -Entiendo. ¿Y con usted? ¿Se llevaba mal también?
            -Conmigo con la que peó se llevaba- dijo, y soltó una risa nerviosa-. Yo era la niña de sus ojo, ¿sabe? Pero despué nunca quiso similá que mabía hecho adurta. Me quería controlá la vida tor tiempo, ¿sabe? Llevaba sin hablá cormigo por lo meno un año, desde que empecé a salí con el Luiti.
            Miré a Antoñete con disimulo. Él señaló una página de su libreta y asintió con la cabeza. Era uno de los nombres de la lista de testigos. El Luiti, el guapete que cantaba carnavales con sus amigos y vino corriendo a ver qué pasaba. Ya decía que se le veía afectado.
            -Desde que empezó usté a salir con el Luiti ¿eh?- pregunté con mi habitual tono sagaz y con los ojos entornados como quien intenta ver una película en 3D sin las gafas.
            -Posí, es que a mi pare no le gustaba na de na el Luiti
            -¿Y por qué?
           -Bueno, disía que no se fiaba de los comparsistas, que son mu ligones y que aprovechan su fama pa estar con una y con otra; disía que me iba a terminá haciendo daño, y que además no quería que después los vesino terminaran hablando de más. Pero amos, que no tenía razón, que eran pamplinas suyas. El Luiti es mu güeno y mesquiere una jartá, y me dice unas cosas más bonitas, y me canta unos pasodobles al oído... amos, que me tiene to flipá. Y yo se que toas las niñas piensan que está buenísimo y que se les cae to con él, pero na más que mesquiere a mí- dijo Jessy.
            -Mesquiere a mí...tomo nota- dijo Antoñete mientras escribía rápidamente en su libreta.
      -Comprendo, comprendo, que su progenitor sentía una franca animadversión para con su pretendiente, en definitiva- aseveré echando mano del florido lenguaje que aprendí en mis lecturas.
            -¿Qué dise, joé?- exclamó con la cara de quien intenta comprender un pasodoble de comparsa moderna- No entiendo ni papa de lo que acabas de decí, pero amos, que la cosa es que mi pare me tenía prohibío que viera al Luiti, y nos teníamos que vé de escaqueo pa que no se enterara.
            -Ajá, ajá, ese punto ha quedado claro y ¿algún punto más de fricción entre ustedes? O sea, que si había algo más de lo que usté hacía que enfadase a su padre.
            -Omeeee, ya te digo que era un rallao, que le molestaba to y que nada le parecía bien. Cada vez que llegaba a casa más tarde de las cuatro de la madrugá me echaba la bulla, cada vez que ponía reguetón o bricbi en casa, me echaba la bulla, cada vez que salía a la calle con las mallas ceñías, me echaba la bulla, cada vé que faltaba al insti, me echaba la bulla, cada vé que le pedía dinero, broncazo, cada vé que quería ver Gran Enano en la tele, broncazo, cada vé que me encontraba un paquete de tabaco en mi cuarto, broncazo, y la última y más gorda fue cuando me hice el tatu del tribal este tan guapo en el pie, que no vea la que me lió... pero era mi pare y yo le quería, joé.
            Amores imposibles… por poco menos que esto se han cometido crímenes inenarrables 

lunes, 23 de julio de 2012

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 5 - Trompezones y Quiñones

            -Se juntan cremita una a otra... jiji... tomo nota... ¿Y a qué hora dice que suele pasá eso más o menos?
            -Calle, Antoñete, calle -interrumpí con el ímpetu de un entrenador de fútbol-. No se deje usté llevar por sus impulsos, que estamos en un interrogatorio serio. Además, el profesional aquí soy yo.
            -Ya, ya, pero como usté dice que hay que dejarse llevar por el instinto... pues eso he hecho- dijo mi ayudante con una pícara sonrisa.
            -¡Ya es suficientemente incómodo tenerle ahí detrás en la moto como para tener que soportar además sus tonterías! Sabe usted muy bien que me refiero a otro instinto, al detectivesco. Pero vamos a lo que vamos- dije dirigiéndome ya al atleta-. Hay un pequeño detalle que me interesa mucho: ¿cuándo descubrió usted que Catalino ya era cadáver? ¿Fue al tropezarse?
        -Qué va, qué va, lo descubrí a la vuelta, ya le digo que a la ida estaba muy distraído. Al trompezarme, me doblé el tobillo y caí hacia un lao, sobre ese señó; no me fijé en na, no dejé de quitar la mirada de… ya sabe y, para intentar disimular el pellejaso, intenté seguir como si tal cosa.
            -Ajá, así que entonces descubrió que el finado estaba finado en la carrera de vuelta, ¿cierto?- dije intentando dejar clara toda mi sagacidad.
            -La has clavao, a la vuelta le vi, me pareció que pasaba algo raro, me acerqué y ahí fue donde pegué el chillío al ver que el tío estaba más tieso que la mojama.
            -Comprendo, comprendo, y deduzco que usted no sabrá si estaba tieso, ejem, fallecido ya en su primer “encontronazo”, ¿verdad?
             -Asín es.
          -Claro, claro -dije-, en ese caso doy este interrogatorio por terminado. Muchas gracias por su colaboración. Antoñete, nos vamos. 




Dicho lo cual nos dirigimos con la Mobilette hacia el final de ese paseo tan coquetón, mientras el tal Lorenzo practicaba gimnasia sueca. Y antes de incorporarnos al tráfico rodado hice una breve parada para saludar a la estatua de mi amigo Fernando Quiñones, el único autor de libros no detectivescos que me gusta de verdad.
-Jefe, que digo yo que deberíamos- empezó a decir tímidamente mi ayudante. Él sabía, porque ya me había visto hacerlo mil veces, que mi saludo al maestro era sagrado, así que dejó la frase en el aire y me dejó continuar con mi solemne charla sin palabras con el monumento.
Un pavo que corre todos los días, pensaba yo para mis adentros, transmitiendo mis pensamientos íntimos a Don Fernando, como solía hacer cuando se me atascaba un caso, haga frío o haga caló. Que pasa to los días por el mismo sitio… que se queda embobao con las dos… con las cuatro… en fin, con los atributos de las dos turistas, que por lo visto suelen… ejem… presentar sus credenciales más o meno a la misma hora… un rastrillo en la arena… de su dueño tal vez olvidado… el pavo que se esguinza el tobillo y golpea accidentalmente al Catalino… no se da cuenta si por aquél entonces ya está pajarito o no… pero a la vuelta ve que tiene todo lo que viene a llamarse cara en el tapergüé de gazpacho… yo sé que hay una pieza ahí, Don Fernando, que es importante pero que todavía no veo… a lo mejor deberíamos seguir con el plan y…
-Jefe, que hay una, ejem, señorita aquí que quiere hablar con usted.
Salí de mi enmimismamiento y contemplé a la, ejem, señorita, que se había plantado entre nosotros. Se la veía cansada, como un chirigotero especialmente expresivo después de un popurrí. Sudaba profusamente y las aletillas de su nariz indicaban que se había dado prisa en encontrarnos. Deduje por sus ojeras que había pasado mala noche, pero qué persona de su edad no la habría pasado con las barbacoas del Carranza tan próximas aún. Sus ojos amoratados me indicaban que había llorado mucho y recientemente. ¿Una mala resaca quizá? Su indumentaria, moño alto, argollas tamaño pa colgar loros, su camiseta  con el ombligo al aire (pude vislumbrar un trozo de papel transparente de cocina asomando por el pantalón de su chándal… ¿métodos “infalibles” para perder tripa?)… todo ello me hizo etiquetarla en un solo vistazo como la típica joven a la última moda de estos extraños tiempos que corren.
-¿Es usté Chano?- dijo, recuperando el aliento.
-Detective gaditano, para servirla- sonreí-. ¿Y usted es?
-Soy Jessica Andrade, la Jessy… hija de Catalino. Tengo que hablá con usté. 

domingo, 22 de julio de 2012

Pescao frito un crimen - Capítulo 4 - Lorenzo, el atleta


Era domingo, así que Antoñete no tenía que abrir el freidor que regentaba y podía dedicarse de pleno a su ocupación más importante: ser mi ayudante. Nos habíamos levantado muy temprano, habíamos cogido mi Mobilette y, aún con los primeros rayos del sol veraniego, nos pusimos en camino para tomar declaración al primer sospechoso.

      
        -Y dígame, señor… Lorenzo- trataba de hacerme oír por encima del petardeo de mi vieja y fiel motocicleta-, ¿qué hacía allí la mañana de autos?
           Lorenzo, el atleta que se encontró el cadáver de Catalino Andrade, nos había dejado claro que él no podía saltarse su entrenamiento matinal, corriendo a buen ritmo por el paseo que lleva al castillo de San Sebastián, ni siquiera un domingo. Y, claro, era lo de ir en la moto a su lado o ponernos a correr con él.
            -Aminore un poco, jefe, que no puedo escribir con tanto traqueteo- decía a mi espalda Antoñete, esmerado en tomar notas de la entrevista como le había pedido.
            -Pues mire… yo es que, como pue ver, to los días corro- respondió Lorenzo sin perder el fuelle-. A primera hora, a la fresquita.
            -¿Todos los días?
            -Todos. Haga frío o haga caló. Los trescientos sesenta y cinco días del año.
            -A la fresquita…- repetía Antoñete apoyando la libreta en mi espalda.
          -Me levanto a las sai de la mañana, me tomo los batíos y las vitamina, me pongo mis tenis de competición con cámara de aire, las carsona o el shánda, depende de la época y a corré.           
            -Y entiendo que llega usted to los días hasta el castillo.
           -Y vuervo, sí señó. Yo sargo de mi casa en San Antonio, llego hasta el castillo, si hace güeno me pego un chapuzón desde el puente Caná, luego vuervo, llego hasta Puntale y de ahí de vuerta a casa a tomarme unas vitamina, y me veo el vídeo de “en forma con Jane Fonda”.
            -¡Qué barbaridá!¿Y no se cansa usté??
           -Calle, calle, Antoñete, no me distraiga al testigo con preguntas tontas y deje que siga mi método interrogativo... Entiendo- dije dirigiéndome ya al atleta mientras esquivaba un socavón y recibía los improperios de un peatón por mi arriesgada conducción-. ¿Y esa mañana se encontró al Catalino listo de papele cuando volvía?
            -Asín es, de repente estaba ahí, y encima muerto, no veas qué susto.
-Pero antes de nada, dígame, qué relación tenía usté con el finado?
-Pos yo diría que nuestra relación fue más bien chocante- respondió el tal Lorenzo mientras miraba el podómetro de su muñeca.
            -Explíquese, amigo deportista ¿cómo que chocante?¿es que quizá se llevaban ustedes mal?- inquirí, guiado por la primera sospecha que captó mi olfato de sabueso.
            -Que va, que va, no nos llevábamos ni bien ni mal, no le conocía de ná. Digo lo de chocante porque lo que ocurrió es que, iba yo corriendo tan tranquilamente, tropecé con un rastrillo que había por allí, me pegué un pellejaso del quince y me choqué con él.
            -Pellejazo del 15, tomo nota- repitió Antoñete tras de mí como un eco.
            -¿Y está usté seguro de que ese “choque” fue accidental?- pregunté con el ceño fruncido y los ojos entornados como un chino deslumbrado.
            -Por los tenis de Fermín Cacho le prometo yo que sí, que ni le había visto ni ná, simplemente estaba ahí de repente y no pude evitar el toquetaso.
            -Pero cómo pudo usté no verlo, si el tipo era bastante visible
            -Home, es que yo iba a lo mío y no me di cuenta...- dijo con tono evasivo.
         -¿Pero cómo pudo no darse cuenta?- insistí tratando de sonsacarle la información- ¡Si estaba prácticamente en su trayectoria!¡Explíquese!
            -Enga, vale, te lo vi a decí. La verdad es que no le vi porque estaba distraío. Desde la curva aquella no podía concentrarme en mi recorrío, la verdá.
            -Por la lupa de Sherlock, hay que sacarle a usté la información con un sacacorchos, ¿por qué demonios se distrajo?
-Pues...pues...por las dos pibas que llevan poniéndose ahí unos días, que están más güenas que el pan, y justo en ese momento en que yo paso coincide que es cuando se ponen en toples y encima se juntan cremita una a la otra ¡Ay omá!

martes, 17 de julio de 2012

Pescao frito un crimen - Capítulo 3 - Broncas y Apuestas


De repente una ronca voz se hizo escuchar
            -¡A ver qué pasa asquí! ¡Que no se mueva naide!- era el agente Peláez, que irrumpía en la zona junto a otros dos policías a sus órdenes.
          -El que faltaba pal duro- dije por lo bajini a Antoñete-. Este tipo no tiene ni idea de las más básicas nociones criminológicas actuales. Se lía fijo.
        -Pero bueno, mira a quién tenemos aquí, si es el Chano, cómo no. ¿Qué? ¿Jugando a los detectives?- me dijo. Yo hice acopio de aplomo y, con la tranquilidad de un pescador de la Alameda le respondí sin aspavientos:
-Pues aquí estamos, agente, investigando un crimen que…


-¡No me toques las narices!- interrumpió Peláez a voz en cuello como un cuartetero en el Falla- ¡Estoy ya harto de tus tonterías! ¡Tiene mandanga tener que aguantarte la misma pamplina una y otra vez! ¡Ni detective ni detectiva! No te podía dar a ti por mirar obras o por ver el programa de Juan Imedio. No, el señorito, desde que se prejubiló de Astilleros no para de leer noveluchas de asesinatos, de ver series y películas de detectives, de creérselo todo y darnos la brasa a los auténticos profesionales. ¡Qué cruz!- dijo el agente dirigiéndose a la gente que nos rodeaba.
-Pero verá, los indicios indican que... aquí hay varias pistas...
-¡Ni pistas ni pistos! Deja de marearme con tus chorradas, Chano, y deja trabajar a los pofesionales o esta noche duermes en el talego.
 Dicho lo cual el agente echó un ligero vistazo al cadáver mientras los otros dos policías impedían que se acercasen los curiosos. Sus  anticuados métodos dejaban mucho que desear.
-Efectivamente, como yo pensaba, ni asesinato ni asesinata- afirmó Peláez mirándome por el rabillo del ojo-. Está claro que aquí lo que ha pasado es que con tanto sol, tanta comilona, el bebercio ingerido y la emoción de ver a las muchachas por la playita, a este tipo le ha dao un tabardillo y se ha quedao en el sitio. Ahora mismo llamo al juez pa que levante el cadáver y ya está el tío en el mancomunao de Chiclana.
-Peláez, es innegable que este hombre ha sido asesinado- dije, sacándole un oooh a los curiosos-. A la hora que es… es  evidente que el sol no ha tenido nada que ver, no le ha dao tiempo.
-Ni asesinato…
-Ni asesinata, sí, sí, si eso ya me lo sé- repuse con firmeza viéndome respaldado por las miradas de todos, que ya se veían venir que, si yo tuviera razón, aquél agente, precisamente aquél, no iba a hacer mucho por resolver el asunto-. A usted lo que le pasa es que… bueno, da igual.
Peláez se puso rojo de furia y dio un paso hacia mí. Los dos agentes dieron un paso atrás.
-No, venga… habla… habla… que tengo yo ganas de que digas algo y…
-Que tiene miedo- dije, ignorando la velada amenaza- a que un prejubilao, como usted dice, resuelva un caso que a usted le viene grande.
Ignoro a día de hoy si Peláez se contuvo porque había mucha gente alrededor
-Tiene narices lo que hay que oír- rió-. ¿Vas a resolver un caso cerrado de muerte natural?
-Asesinato- contesté tocándome la nariz-. Me lo dice mi olfato para los casos.
-¿Y cuánto tiempo tardaría el infaliiiible Chano en resolver el supuesto asesinato?- respondió, pavoneándose delante de la gente.
-Deme siete días. Y le demostraré que tengo razón- afirmé.
-¿Siete días, eh? ¿Y qué gano yo cuando se demuestre, como es evidente, que fue natural?
-Si eso sucediera le prometo ante los presentes que jamás volveré a hacerme el detective.
-Vaya. Ese sería un gran día para todos, ¿eh, chicos?- rió Peláez-. Me gusta. Trato hecho.
-Espere. ¿Y si gano yo?- me aventuré, con una sonrisa de zorro en los labios- Ya sé que eso es imposiiiiible- imité su acento de rata pisada-, pero imagínese que resulta que tengo razón.
-Entonces- Pelaéz se puso serio, se veía que no quería dar aquél paso, pero si no lo hacía quedaría mal ante todo el mundo-, si eso ocurre, te dejaré investigar lo que te de la gana, siempre que no comprometa nuestras propias investigaciones. ¡Hasta te propondré como asesor externo!- irrumpió en un ataque de risa- ¡Esta sí que es buena!
-Trato hecho entonces- dije-. Antoñete, recoge eso que no son pruebas y vámonos.
Y así fue como empezó, estimados lectores, la semana del caso más extraño de mi vida. 

lunes, 16 de julio de 2012

Pescao frito un crimen - Capítulo 2 - El finado caletero


  -¡Aaagh! ¡Este hombre está… muerto! ¡Ayuda!
            Antoñete y yo corrimos hasta el origen de aquellos chillidos. Mi cerebro analítico y preparado hizo un barrido general para fotografiar mentalmente la situación.
            Quien gritaba era sin duda un deportista, aunque su voz de falsete nos hizo pensar en primera instancia en una señorita. Sus pantaloncitos deportivos y su camiseta de “Primera Maratón Interurbana Cuesta Arriba de Grazalema” atestiguaban lo primero.
            Berreaba y berreaba junto a un hombre que, efectivamente y aún a esa distancia, se notaba que estaba muerto. Un hombre, como suele decirse, entraíto en carnes, sentado casi en la orilla, de espaldas al mar, bajo una sombrilla de publicidad descolorida de cierta marca de cigarrillos con un animal jorobado como logotipo. Estaba prácticamente embutido en una silla de playa, tras una pequeña mesita plegable sobre la que había depositado un tapergüé, abierto, de gazpacho. Lo más significativo de la escena era sin duda alguna que tenía la cara completamente sumergida en el alimenticio líquido que contenía el taper, lo cual dificultaba mucho el asunto ese de respirar. 
            Un poco más lejos, en el extremo más alejado de estos dos personajes, un grupo de señoras de las que siempre están por allí jugando al bingo, se debatía, con las manos en la cabeza y gesto perplejo, entre dejarse llevar por la curiosidad y acercarse a mirar o quedarse donde estaban, por aquello de que no es plato de buen gusto ver un muerto en la playa. Y menos antes de almorzar.
            A mi izquierda, un trasnochado con prominente barriga cervecera, larga melena apelmazada por la arena (probablemente acabado de despertar de la borrachera de anoche) y ojos rojos como tizones nos preguntaba: ¿qué pasa, joé? Llevaba un bañador Meiba, botas de cuero y un tatuaje en el que podía leerse LEÑO FOREVER.
            Un grupo de chavales, que hacía unos instantes y a cierta distancia cantaba (de aquella manera) un pasodoble de Los Miserables, guardaba la guitarra y se desplazaba a ver qué ocurría. El más apuesto de ellos, de hecho, corría hacia nosotros con la cara desencajada.
            Hubo cuatro elementos de la escena que llamaron poderosamente mi atención.
            -Jefe, deje de mirar a esas dos chicas en toples y céntrese, hombre.
          -Este...es que ante todo soy un profesional y debo estar atento hasta el más mínimo detalle (¡y qué detalles!)- dije saliendo de mi ensimismamiento y tomé las riendas del asunto-. ¡Que no se mueva nadie! ¡Aquí ha ocurrido algo gordo y hay que empezar ya con la investigación!- grité a los presentes con la decisión del capataz de un paso de Semana Santa.
            -Pero ¿quién es ustéd?- preguntó el atleta aún con un nudo en la garganta.
            -Yo- respondí- soy Chano, detective gaditano
            Noté cómo todos los presentes se asombraban al conocer mi identidad, pero no me dejé llevar por la vanidad y seguí tomando las medidas necesarias para seguir con la investigación con toda la racionalidad precisa para estos asuntos.
          -A ver, aquí soy yo quien hace las preguntas, identifíquense en voz alta y mi compañero Antoñete les irá tomando los datos para poder interrogarles más adelante por separado ¡Y que nadie se acerque al cadáver, que se pueden contaminar las pruebas!
Algo confusos y sin duda aliviados de que apareciese una voz autoritaria en mitad del caos, los presentes fueron presentándose. El melenudo de las botas respondía al apelativo de “Tripi”,ciudadano de Cádiz, el atleta se llamaba Lorenzo, también gaditano. Las dos esculturales jovencitas resultaron ser Piluca y Sonsoles, naturales de Madrid, y el joven apuesto que hace un rato había estado cantando, era conocido como “el Luiti”, del cercano barrio de la Viña.
            -A ver, ¿y alguien sabe quién es el cadáver?- pregunté mirando alrededor con mirada felina.
        -Es Catalino Andrade- dijo el Luiti con una expresión en la cara parecida a la que adoptaba cuando cantaba los pasodobles más tristes. Se le notaba muy afectado.
            -Ajá, anotado queda. A ver, Antoñete, usted llévese para analizar esos elementos, que tienen toda la pinta de ser pruebas: un poco del gazpacho de la cara del finado, ese pedazo de cazón en adobo que tiene sobre su regazo, esa piedra grandecita de ahí y ese rastrillo de juguete.
            Las piezas de un puzle que nadie más podía ver brillaban ante mis ojos. Mi olfato de viejo sabueso me decía que nos encontrábamos ante un caso difícil. ¿Quién habría matado a este tipo? ¿Por qué? ¿Cómo?

lunes, 9 de julio de 2012

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 1 - Chano, detective gaditano


Ocurrió aquel año, la mañana posterior a las celebraciones del trofeo Carranza, justo a esa hora en la que se mezclan quienes terminan la juerga de la noche anterior y los bañistas que se disponen a coger sitio para disfrutar de un día de playa en la Caleta. Antoñete y yo hacíamos la ronda de rutina por la orilla.
            -Siempre se lo digo, Antoñete, que lo más importante para un detective de los güenos es la observación y la paciencia- dije con el dedo índice alzado, con la misma convicción con la que un comparsista canta sus coplas.
            -Ya, Chano, pero comprenda que estoy jarto ya de que la gente que nos ve andando y mirando to el rato se crea que somos unos satirones y que lo que nos interesan son las pibas- respondió con cara de fastidio. Parece que le estoy viendo, con su gorrilla marinera de siempre.
            -Elemental, querido Antoñete- respondí con tono lacónico-. Es que aquí la gente no tiene aún mentalidad europea, no se dan cuenta de según qué cosas, y así nos va. Pero le digo yo que momentos como este, sitios con tanta gente y tanta actividad son los mejores para encontrar un caso; ese caso con el que podré demostrar al mundo la infalibilidad de mis dotes deductivas. Confíe en mi olfato, compañero, algo me dice que hoy es el día.
            -Psé, usted sabrá, quillo, que es el que entiende de esas cosas, lo mío es el quimicefa y el pescaito frito. Pero vamos, que hasta ahora, lo más parecío a un caso que hemos tenío fue lo del niño aquel que se perdió en el Simago- dijo Antoñete mientras se rascaba la nuca y miraba al suelo.
            -La paciencia es la madre de la ciencia, amigo mío- insistí-. Es normal que aquí no pasen muchas cosas, vivimos en una ciudad pequeña en la que parece que nunca pasa nada. Si viviéramos en Londres o en París- dije con expresión soñadora- le digo yo que no daríamos abasto con tanto crimen y tanto caso, nuestra fama nos precedería y mi nombr... estee... nuestros nombres… correrían de boca en boca, seríamos el azote de los criminales- concluí mirando al horizonte, ensimismado mientras me parecía escuchar de fondo la sintonía de “Se ha escrito un crimen” acompañando a mis pensamientos.
            Recuerdo con nitidez aquella mañana. La playa se extendía frente a nosotros como una alfombra monocroma de papelillos un domingo de coros. Las labores de limpieza tras las multitudinarias barbacoas ya habían tenido lugar y, como cada año, habían echado de la playa a los ebrios celebrantes para dejarlo todo niquelado de cara a los alegres bañistas. Claro que algunos de ellos, bastantes, a decir verdad, habían regresado una vez hubo quedado todo limpio, para seguir con sus copitas, sus risas y sus festejos. El sol retozaba a nuestras espaldas, remoloneando como un cangrejo ermitaño con agorafobia, pero bañando ya la arena con sus irradiaciones matutinas.
            -Diario de Chano- dije.
            -¿Qué quiere? ¿Apunto lo que diga o lo va a grabar o cómo lo hacemos?- preguntó mi querido subalterno no sin cierto retintín.
            -Apunte, leñe, que pa eso es usted mi biógrafo- respondí tratando de no perder la solemnidad del momento, y proseguí-. El Carranza ha dejado tras de sigo una Caleta radiante y limpia que espera a propios y extraños con los brazos abiertos, como si…
            -Perdone, jefe- interrumpió Antoñete-. Yo no es por meterme, pero creo que se dise trasdesí. Y lo de los brazos abiertos… ¿brazos de mar o qué?
            -Una licencia poética, Antoñete, que se lo tengo dicho- contesté.
            -Ah, eso, ya, sí.
            -El Castillo de San Sebastián se muestra regio en lontananza, orgullo distante de otros tiempos más mejores. A ambos lados del camino que lleva a sus piedras los más madrugadores acólitos de La Caleta ya han dispuesto sus cosas pa echar el diíta en su rincón de playa favorito, porque esta parte de la playa es como un coqueto patio de vecinos. ¿Lo has anotado todo?
           -En lontananza...- decía el bueno de Antoñete mientras se esforzaba en escribir-. Sí, sí, tranquilo, que lo tengo aquí en el coco.
         De pronto un grito ensordecedor nos arrojó un cubo de agua fría. Delante nuestra, cerca de la orilla, alguien berreaba con voz estridente. Pudimos entender una frase entre sus alaridos:
            -¡Aaaagh! ¡Este hombre está… está… está!
            El caso de mi vida apareció ante mis narices, orondo, gaditano y, sí, muerto

sábado, 7 de julio de 2012

Comienza la intriga

   


 Domingo 8 de julio del 2012: un día histórico
      Empiezan a publicarse en la edición impresa del Diario de Cádiz las aventuras de Chano, detective gaditano y su investigación del asesinato caletero.
      Durante los meses de julio y agosto podréis leer las entregas en el papel los sábados y los domingos. En este blog las publicaremos los lunes y los martes.

      Prometemos risas e intriga a partes iguales.