-Tatuaje en el pie, tome nota,
Antoñete- dije, y miré de nuevo el trozo de papel de cocina transparente que
asomaba por su pantalón-. ¿Y sabía algo del que se acaba de hacer en… ejem… ahí
en la cinturilla?
Jessy se puso coloradísima y, en un
acto reflejo, se bajó la camiseta para taparse el ombligo.
-Quizá se lo hizo sin su
consentimiento, él lo descubrió y…
-¿Qué dise? ¿Que soy sospechosa?- preguntó alterada la Jessy ante mi
insinuación.
-De momento no podemos descartar
ninguna posibilidad, estamos dando los primeros pasos en la investigación.
Hasta que no terminemos los interrogatorios y analicemos las pruebas a fondo,
la lista de sospechosos está abierta, señorita.
-Vaya tela, si yo no he hecho na. Me
hice un tatu asquí, es verdad. Pero él no ha tenío tiempo de enterarse. El otro
día estuvo a punto de coscarse porque casi me pilla enseñándoselo al Rafalito, el
Chino, en el barrio. Menos mal que la Pepi, la del quinto, se dio cuenta del
percá y lo distrajo mientras yo me tapaba- entornó los ojos, quizá evocando el
recuerdo de su padre aún vivo-. Sospechosa yo… ¿Qué va a decí mi mare cuando se
entere?¿Y las marías del barrio?
-Ya que estamos- dije pillándolas al
vuelo como un músico de jazz en una jam session del Cambalache-, ¿dónde estaba
su madre de usté el día de autos?
-¿Qué autos ni qué? Si mi mare no
tiene ni carné de conducí ni na.
-Me refiero al día en que se cometió
el crimen- aclaré.
Sollozó y dijo con un hilillo de
voz, como un corista el día después del carrusel de coros:
-Mi mare estaba en Chiclana, en el chalé de mi tía Chari, que to los años
pasa allí la noche del trofeo pa no tener que ver ni aguantar lo patoso que se
pone... snif... ponía mi pare, que siempre la liaba, acababa borracho y metía
la pata.
Así que Catalino salía las noches de trofeo con la connivencia de su
esposa que, oportunamente, no estaba en Cádiz la noche del asesinato. Miré mi
reloj.
-Ajá, interesante dato- susurré con
la expresión que suelo adoptar cuando quiero parecer interesante-. De momento
doy por terminado este interrogatorio, otro día hablaremos con su novio Luiti,
a ver qué tiene que decirnos.
Nos despedimos, y ella me agradeció, a pesar de que yo no había hecho
nada por consolarla respecto a su presunta inocencia, que estuviera tratando de
solucionar el posible crimen contra su padre. Nos facilitó el número de su
móvil y le dijimos, porque queda muy bien en las películas, eso de “no salga de
la ciudad por si tenemos que hacerle más preguntas”. Dicho lo cual la guapa y
triste joven se marchó sollozando y nosotros seguimos nuestro camino.
-¿A dónde vamos ahora?- Preguntó mi
compañero Antoñete.
-Pues vamos a parar aquí mismo,
aparcamos la moto y esperamos cinco minutos.
-Hombre, jefe, yo entiendo que ver
correr a la gente cansa, pero no sé, ¿no tenemos bulla? Le recuerdo que nos
hemos apostado con el Peláez que íbamos a resolver esto en una semana. Y nos
quedan un montón de sospechosos por delante como para quedarnos aquí parados
como pasmarotes.
Miré el reloj y me pasé la pipa por
los labios, apagada, naturalmente. El vicio del tabaco era malísimo, pero
tenerla en los labios me ayudaba a pensar. Además, formaba parte de lo que me
definía visualmente como el astuto y sagaz detective que era. Mucha gente se
había reído de eso, pero yo sabía que eso era debido a que no eran nada
europeos. Y a mí, como ya he dicho, me ayudaba a abstraerme.
-Tenga fe, Antoñete, tenga fe-
respondí observando que no me había equivocado ni por un segundo en mis
cálculos puesto que, a los cinco minutos, paró ante nosotros un autobús
turístico rojo de dos plantas de esos que hacen visitas guiadas por la ciudad-.
Subamos, Antoñete.
-¿Pero para qué? Oiga, que una ruta
en este bus sale por un pico- replicó mi ayudante nervioso.
Subí al autobús tirando de mi
biógrafo, secuaz y amigo.
-El que algo quiere, algo le cuesta, mi buen Antoñete. No vamos a
detenernos por una minucia como esta. Y ya verá, ya. Se va a llevar una
sorpresa.