-Calle, Antoñete, calle -interrumpí con el ímpetu de un entrenador de fútbol-. No se deje usté llevar por sus impulsos, que estamos en un interrogatorio serio. Además, el profesional aquí soy yo.
-Ya, ya, pero como usté dice que hay que dejarse llevar por el instinto... pues eso he hecho- dijo mi ayudante con una pícara sonrisa.
-¡Ya es suficientemente incómodo tenerle ahí detrás en la moto como para tener que soportar además sus tonterías! Sabe usted muy bien que me refiero a otro instinto, al detectivesco. Pero vamos a lo que vamos- dije dirigiéndome ya al atleta-. Hay un pequeño detalle que me interesa mucho: ¿cuándo descubrió usted que Catalino ya era cadáver? ¿Fue al tropezarse?
-Qué va, qué va, lo descubrí a la vuelta, ya le digo que a la ida estaba muy distraído. Al trompezarme, me doblé el tobillo y caí hacia un lao, sobre ese señó; no me fijé en na, no dejé de quitar la mirada de… ya sabe y, para intentar disimular el pellejaso, intenté seguir como si tal cosa.
-Ajá, así que entonces descubrió que el finado estaba finado en la carrera de vuelta, ¿cierto?- dije intentando dejar clara toda mi sagacidad.
-La has clavao, a la vuelta le vi, me pareció que pasaba algo raro, me acerqué y ahí fue donde pegué el chillío al ver que el tío estaba más tieso que la mojama.
-Comprendo, comprendo, y deduzco que usted no sabrá si estaba tieso, ejem, fallecido ya en su primer “encontronazo”, ¿verdad?
-Asín es.
-Claro, claro -dije-, en ese caso
doy este interrogatorio por terminado. Muchas gracias por su colaboración.
Antoñete, nos vamos.
Dicho lo cual nos dirigimos con la Mobilette hacia el final de ese
paseo tan coquetón, mientras el tal Lorenzo practicaba gimnasia sueca. Y antes
de incorporarnos al tráfico rodado hice una breve parada para saludar a la
estatua de mi amigo Fernando Quiñones, el único autor de libros no
detectivescos que me gusta de verdad.
-Jefe, que digo yo que deberíamos- empezó a decir tímidamente mi
ayudante. Él sabía, porque ya me había visto hacerlo mil veces, que mi saludo
al maestro era sagrado, así que dejó la frase en el aire y me dejó continuar
con mi solemne charla sin palabras con el monumento.
Un pavo que corre todos los
días, pensaba yo para mis adentros, transmitiendo mis
pensamientos íntimos a Don Fernando, como solía hacer cuando se me atascaba un
caso, haga frío o haga caló. Que pasa to
los días por el mismo sitio… que se queda embobao con las dos… con las cuatro…
en fin, con los atributos de las dos turistas, que por lo visto suelen… ejem…
presentar sus credenciales más o meno a la misma hora… un rastrillo en la
arena… de su dueño tal vez olvidado… el pavo que se esguinza el tobillo y
golpea accidentalmente al Catalino… no se da cuenta si por aquél entonces ya
está pajarito o no… pero a la vuelta ve que tiene todo lo que viene a llamarse
cara en el tapergüé de gazpacho… yo sé que hay una pieza ahí, Don Fernando, que
es importante pero que todavía no veo… a lo mejor deberíamos seguir con el plan
y…
-Jefe, que hay una, ejem, señorita aquí que quiere hablar con usted.
Salí de mi enmimismamiento y contemplé a la, ejem, señorita, que se
había plantado entre nosotros. Se la veía cansada, como un chirigotero
especialmente expresivo después de un popurrí. Sudaba profusamente y las
aletillas de su nariz indicaban que se había dado prisa en encontrarnos. Deduje
por sus ojeras que había pasado mala noche, pero qué persona de su edad no la
habría pasado con las barbacoas del Carranza tan próximas aún. Sus ojos
amoratados me indicaban que había llorado mucho y recientemente. ¿Una mala
resaca quizá? Su indumentaria, moño alto, argollas tamaño pa colgar loros, su camiseta
con el ombligo al aire (pude vislumbrar un trozo de papel transparente
de cocina asomando por el pantalón de su chándal… ¿métodos “infalibles” para
perder tripa?)… todo ello me hizo etiquetarla en un solo vistazo como la típica
joven a la última moda de estos extraños tiempos que corren.
-¿Es usté Chano?- dijo, recuperando el aliento.
-Detective gaditano, para servirla- sonreí-. ¿Y usted es?
-Soy Jessica Andrade, la Jessy… hija de Catalino. Tengo que hablá con
usté.
Ya está tardando Chano en interrogar a las "cuatro sospechosas". Un careo con ellas no estaría nada mal.
ResponderEliminarno sabes tú ná, Malatesta :)
Eliminar"argollas tamaño pa colgar loros" [...] "la típica joven a la última moda de estos extraños tiempos que corren."...
ResponderEliminarSois grandes!