Ocurrió aquel año, la mañana
posterior a las celebraciones del trofeo Carranza, justo a esa hora en la que
se mezclan quienes terminan la juerga de la noche anterior y los bañistas que
se disponen a coger sitio para disfrutar de un día de playa en la Caleta.
Antoñete y yo hacíamos la ronda de rutina por la orilla.
-Siempre
se lo digo, Antoñete, que lo más importante para un detective de los güenos es
la observación y la paciencia- dije con el dedo índice alzado, con la misma
convicción con la que un comparsista canta sus coplas.
-Ya,
Chano, pero comprenda que estoy jarto ya de que la gente que nos ve andando y
mirando to el rato se crea que somos unos satirones y que lo que nos interesan
son las pibas- respondió con cara de fastidio. Parece que le estoy viendo, con su
gorrilla marinera de siempre.
-Elemental,
querido Antoñete- respondí con tono lacónico-. Es que aquí la gente no tiene
aún mentalidad europea, no se dan cuenta de según qué cosas, y así nos va. Pero
le digo yo que momentos como este, sitios con tanta gente y tanta actividad son
los mejores para encontrar un caso; ese caso con el que podré demostrar al mundo
la infalibilidad de mis dotes deductivas. Confíe en mi olfato, compañero, algo
me dice que hoy es el día.
-Psé,
usted sabrá, quillo, que es el que entiende de esas cosas, lo mío es el
quimicefa y el pescaito frito. Pero vamos, que hasta ahora, lo más parecío a un
caso que hemos tenío fue lo del niño aquel que se perdió en el Simago- dijo
Antoñete mientras se rascaba la nuca y miraba al suelo.
-La
paciencia es la madre de la ciencia, amigo mío- insistí-. Es normal que aquí no
pasen muchas cosas, vivimos en una ciudad pequeña en la que parece que nunca
pasa nada. Si viviéramos en Londres o en París- dije con expresión soñadora- le
digo yo que no daríamos abasto con tanto crimen y tanto caso, nuestra fama nos
precedería y mi nombr... estee... nuestros nombres… correrían de boca en boca,
seríamos el azote de los criminales- concluí mirando al horizonte, ensimismado
mientras me parecía escuchar de fondo la sintonía de “Se ha escrito un crimen”
acompañando a mis pensamientos.
Recuerdo
con nitidez aquella mañana. La playa se extendía frente a nosotros como una
alfombra monocroma de papelillos un domingo de coros. Las labores de limpieza
tras las multitudinarias barbacoas ya habían tenido lugar y, como cada año,
habían echado de la playa a los ebrios celebrantes para dejarlo todo niquelado
de cara a los alegres bañistas. Claro que algunos de ellos, bastantes, a decir
verdad, habían regresado una vez hubo quedado todo limpio, para seguir con sus
copitas, sus risas y sus festejos. El sol retozaba a nuestras espaldas,
remoloneando como un cangrejo ermitaño con agorafobia, pero bañando ya la arena
con sus irradiaciones matutinas.
-Diario
de Chano- dije.
-¿Qué
quiere? ¿Apunto lo que diga o lo va a grabar o cómo lo hacemos?- preguntó mi
querido subalterno no sin cierto retintín.
-Apunte,
leñe, que pa eso es usted mi biógrafo- respondí tratando de no perder la
solemnidad del momento, y proseguí-. El Carranza ha dejado tras de sigo una
Caleta radiante y limpia que espera a propios y extraños con los brazos
abiertos, como si…
-Perdone,
jefe- interrumpió Antoñete-. Yo no es por meterme, pero creo que se dise trasdesí. Y lo de los brazos abiertos…
¿brazos de mar o qué?
-Una
licencia poética, Antoñete, que se lo tengo dicho- contesté.
-Ah,
eso, ya, sí.
-El
Castillo de San Sebastián se muestra regio en lontananza, orgullo distante de
otros tiempos más mejores. A ambos lados del camino que lleva a sus piedras los
más madrugadores acólitos de La Caleta ya han dispuesto sus cosas pa echar el
diíta en su rincón de playa favorito, porque esta parte de la playa es como un
coqueto patio de vecinos. ¿Lo has anotado todo?
-En
lontananza...- decía el bueno de Antoñete mientras se esforzaba en escribir-.
Sí, sí, tranquilo, que lo tengo aquí en el coco.
De
pronto un grito ensordecedor nos arrojó un cubo de agua fría. Delante nuestra,
cerca de la orilla, alguien berreaba con voz estridente. Pudimos entender una
frase entre sus alaridos:
-¡Aaaagh!
¡Este hombre está… está… está!
El
caso de mi vida apareció ante mis narices, orondo, gaditano y, sí, muerto.
Mencanta, mencanta, mencanta!
ResponderEliminarUn saludo amigo Vórtice, y encantado, Fernando y Mel.
Buena, Fernando! Ya me pica la curiosidad por lo que vendrá...
EliminarSois unos cracks todos oleeeee
ResponderEliminarEa!!! Ya me he quedado con la intriga! Hahaha
ResponderEliminarDeseando me hallo de saber si el muerto guardó la digestión estipulada.
ResponderEliminarBienvenidos todos. Y mil gracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarTodavía no se ha visto nada pero desde ya os animo a que, cuando por fin comience el caso, tratéis de resolverlo a la vez, o incluso antes que nuestro amigo Chano. Porque habrá pistas, porque habrá misterio y lo bueno, lo realmente bueno de una historia de detectives, es investigar con el protagonista y resolver el caso nosotros mismos.
Así que ya sabéis, a través de esta misma plataforma podréis especular, teorizar y comentar las jugadas.
Israel Alonso
Oh!!! Qué emocionante!!!
ResponderEliminarY sí... empiezo ahora a leer Pescao Frito un Crimen... tengo esa manía de empezar a leer algo sólo si sé que tiene un final!!
Saludos!